Primero que nada, 10 pruebas que demuestran que las plantas son mas inteligentes de lo que piensas.
La fascinante "inteligencia" de las plantas. El reino vegetal exhibe una serie de conductas que apuntan a un comportamiento complejo: memoria, comunicación en redes, el uso de aliados como herramientas para salvar su existencia, y posiblemente la telepatía, son algunas de
estas muestras de una posible inteligencia botánica.
Es fácil percatarse de que las plantas tienen una sensibilidad especial a la luz y al medio ambiente en general –como silenciosos receptores de las emisiones planetarias. Sin embargo, difícilmente concebimos a estas serviciales entidades como seres inteligentes. Y aunque usar este término en relación a las plantas, que carecen de un cerebro, sin duda genera polémica y una casi nula aceptación científica, tal vez su sensibilidad sea un tipo de inteligencia no humana, entendida como una capacidad de procesar información y adaptarse a los cambios.
En io9 han compilado una lista de 10 pruebas que podrían indicar esta especie de inteligencia botánica –y que al menos contribuye a maravillarnos ante el hecho de compartir este planeta con seres tan extraordinarios. Les compartimos esta lista y añadimos un par más de posibles manifestaciones que muestran que las plantas, en algunos aspectos, son seres capaces de procesar y emitir información de forma que por lo menos se equipara con los más sensibles de los humanos.
–Las plantas se comunican con los insectos
Algunas plantas han evolucionado una estrategia de sobrevivencia equivalente a enviar una señal de pánico. Cuando las plantas de tabaco son atacadas por orugas, despiden un químico el aire que atrae insectos predatoriales que gustan de alimentarse de las orugas. En algunos casos esas compuestos fragantes que te seducen cuando recorres un jardín, en realidad son la forma en las que las plantas llaman a sus amigos insectos para que acudan en su ayuda.
–Las plantas tienen memoria
Recientemente un grupo de botánicos del Instituto de Nebraska realizó una serie de experimentos a través de los cuales comprobaron que las plantas son capaces de almacenar información, y remitirse a ella. En pocas palabras, que poseen memoria activa. Y esta memoria les permite orientar su desarrollo evolutivo, por ejemplo, en temporadas de sequía las plantas recuerdan los efectos que les produjeron estas circunstancias de poca agua, y para la siguiente temporada son capaces de implementar ciertas medidas que las harán menos vulnerables a dicho entorno.
Asimismo las plantas también parecen recordar ciertos cambios en la luz asociados con diferentes estaciones, que a su vez están vinculadas a la exposición a patógenos. Esta “memoria” les permite producir químicos, solo cuando es el momento indicado, que les ayudan a protegerse de algunas pestes.
–Las plantas crean redes de comunicación
La verde “inteligencia” de las plantas hace que no sólo acudan a los insectos, sino que también se ayuden entre sí para evitar una amenaza. Las fresas, los tréboles y otras plantas crecen enviando mensajeros: vástagos horizontales que eventualmente se integran capilarmente a su estructura. Estos centinelas crean redes de comunicación entre plantas conectadas. Cuando una planta es atacada por un insecto, envía señales a las otras plantas advirtiendo a los miembros de la red para que puedan generar defensas que contrarresten a los invasores –desde toxinas a químicos que les producen un mal sabor a los herbívoros.
– Las plantas crecen de manera diversa en respuesta al sonido
No sólo hablarles o ponerles música a las plantas afecta sus crecimiento, ellas mismas producen sonidos. La bióloga Monica Gagliano descubrió que el maíz puede emitir y responder al sonido. Gagliano notó que las raíces de las plantas de maíz hacen una serie de clicks sonoros a una frecuencia de 220 Hz. Esta bióloga cultivó maíz suspendido en el agua y generó artificialmente sonido continuó a 220 Hz. Las plantas respondieron inclinándose a la fuente de sonido. Por el momento no se sabe por qué las plantas desarrollaron esta habilidad.
–Las plantas miden el tiempo
Las plantas no florecen sin ton ni son: registran el paso del tiempo. Se han identificado una serie de proteínas que responden a la cantidad de luz a las que son expuestas. Cuando reciben suficiente luz en un ciclo de 24 horas, estas proteínas emiten una señal que activa el ciclo de florecimiento.
–Las plantas saben distinguir arriba de abajo
No importa donde se les coloque, las plantas dirigirán sus raíces hacia abajo, hacia la tierra. Es muy probable que perciban la gravedad.
–Las plantas saben quién es familia y quién no
Como sintiendo el confort de sus seres queridos, la planta Impatiens pallida dedica menos energía a crecer sus raíces cuando esta rodeada de sus familiares, con las cuales comparten nutrientes. En la presencia de otras plantas no relacionadas genéticamente, estas plantas se aceleran a crecer sus raíces.
Las plantas acceden a un increíble espectro de biocomunicación que incluye diversos procesos psíquicos como telepatía, inferencia informativa a distancia y empatía a nivel celular por otros seres vivos.
Guardamos una mayor conexión con lo invisible que con lo visible
Novalis
Todos hemos escuchado hablar de —o incluso hemos podido constatar— la sensibilidad de las plantas: su respuesta, favorable o desfavorable, a estímulos como la música o el color, el hecho de que al hablarles suavemente crecerán más rápido y más sanas o que si las expones a situaciones estresantes ello repercutirá negativamente en su desarrollo. Sin embargo, y a pesar de que existen estudios al respecto desde hace medio siglo, no muchas personas están familiarizadas con la percepción extrasensorial que manifiestan estos seres.
A mediados de los sesentas, específicamente en 1966, no todo era psicodelia y guerras, también estaba por ocurrir algo increíble en una oscura oficina situada en la 5ª avenida de Nueva York. Este era el espacio de trabajo de Cleve Backster, el más prestigiado examinador de detección de mentiras de todo el país. Una noche como cualquier otra algo le llevó a colocar los electrodos de su polígrafo a una planta, una Dracaena massangeana. Y lo que sucedería a continuación desataría un intrigante abanico de líneas de investigación: notó que al verter agua sobre la planta el galvanómetro registraba una reacción similar a la de una persona experimentando emociones. Backster sabía que el más intenso estímulo para generar una reacción emocional en una persona es la noción de sentirse amenazada, así que pensó en exponer la hoja conectada a los electrodos y entonces, con mayor sorpresa, constató que la planta había reaccionado bruscamente ante la sola idea de ser quemada. Tras un par de pruebas más, intentó visualizar nuevamente la flama quemando la hoja, pero ahora no hubo reacción alguna, como si la planta pudiese diferenciar entre una intención real y una fingida.
A partir de esa noche la carrera de Backster experimentaría un giro radical, ya que dedicaría la mayor parte de su tiempo a profundizar en sus investigaciones sobre biocomunicación y, eventualmente, abandonaría las labores que realizaba para agencias gubernamentales, entre ellas la CIA. Tras esta decisión participaría en decenas de experimentos, parte de ellos publicados en el International Journal of Parapsychology: “Evidence of a Primary Perception in Plant Life” (Vol. 10, No. 4, 1968, pp. 329-348), que terminarían por arrojar resultados aún más .
En una ocasión Backster se percató de que las plantas establecían un lazo especialmente fuerte con las personas que cuidaban de ella y que este vínculo no dependía del espacio físico que les separaba. Cuando se encontraba fuera de su oficina y le ocurrían eventos excitantes, fuesen positivos o negativos, sus plantas registraban los cambios bruscos en su estado de ánimo o sus ritmos biológicos. Incluso en alguna ocasión, estando en otra ciudad, Backster tropezó en la calle, lastimándose. Al llegar a su hotel llamó a uno de sus asistentes para corroborar si a la hora de su accidente se había registrado alguna reacción en las plantas, y la respuesta fue positiva: justo a la hora en que él cayó, las plantas manifestaron un notable estrés.
En otro experimento que realizó, ya instalado en la fase en donde monitoreaba a sus plantas las 24 horas del día, Backster notó que al momento de haberse hecho una herida en el dedo, con un cuchillo, la planta había registrado el percance. Lo mismo sucedió cuando una araña que se encontraba en el mismo cuarto fue amenazada por una de las muchas personas que visitaban el laboratorio o, de manera más drástica, cuando frente a una planta alguien arrojó unos cangrejos vivos a un recipiente con agua hirviendo. Con el tiempo Backster detectaría un patrón: la planta reaccionaba cada vez que atestiguaba la muerte de tejido vivo, lo cual lo llevó a teorizar sobre una especie de empatía telepática, a nivel celular, que manifiestan las plantas.
Para explorar esta hipótesis encontró una manera de adherir electrodos a diversas infusiones celulares, tales como amibas, sangre, y esperma. Tras los experimentos se encontró con que estas infusiones también reaccionaban: el esperma, por ejemplo, manifestaba una reacción cuando su donante se colocaba junto al tubo que lo contenía. Esta comunicación, escribió Backster, “parece que no para en el plano celular. Puede ser que atraviese al molecular, el atómico o incluso el subatómico. Todas aquellas cosas que han sido consideradas, convencionalmente, como inanimadas, podrían tener que ser revaluadas”. Eventualmente el investigador llamaría a este fenómeno “percepción primaria”.
Otra de las pruebas consistió en adherir los electrodos a una planta y colocar a un colega junto a ella. A continuación le preguntó su año de nacimiento al tiempo que Backster enumeraba diez fechas distintas, instruyendo a su colega que respondiera, invariablemente, con un “no” aunque una de ellas fuese la correcta. Luego, al observar el galvanómetro, Backster supo cuando su interlocutor había mentido, pues la planta se lo había indicado, reaccionando justo en el instante en que una de las respuestas faltaba a la verdad.
Los anteriores son solo algunas de las líneas de investigación que Backster desarrolló. Por cierto, el trabajo de este estadounidense nos remite a la loable labor que el bioquímico y filósofo de Cambridge Rupert Sheldrake ha venido realizando en las últimas tres décadas, y la cual ha derivado en la teoría de los “campos morfogenéticos”, una red invisible de hebras a través de la cual se da un permanente intercambio de información entre individuos de la misma especie. Por otro lado, al leer los sucesivos “descubrimientos” o, mejor dicho, recordatorios que Backster develaba es difícil no remitirnos a las entidades metafísicas que, de acuerdo con el gran Paracelso, habitan en los distintos planos naturales, los elementales.
Tras haber sido un profesionista exitoso, internacionalmente reconocido como examinador de mentiras, luego de volcarse al estudio de las facultades extrasensoriales en las plantas, Backster fue descalificado en innumerables ocasiones (como suele suceder con cualquier investigación que amenaza las fronteras tradicionales de la ciencia). Su carrera con las plantas y su credibilidad en general tuvieron múltiples altibajos. Hubo ocasiones en que logró demostraciones exitosas de sus teorías, en público, participando lo mismo en programas de televisión que en prestigiados recintos académicos como la Universidad de Yale. En otras ocasiones, sin embargo, aparentemente fracasó ante la nula reacción de las plantas, lo cual fue aprovechado por sus críticos.
La mayoría de las culturas actualmente dominantes, encabezadas por occidente, parece haber descuidado, su relación con un personaje que invariablemente catalizó, a lo largo de la historia, la relación del ser humano con la “realidad”: la naturaleza. Ello a pesar de que prácticamente todas las tradiciones místicas, las religiones y los pilares en sí del desarrollo de nuestra especie, postularon la resonancia con el entorno natural como la máxima premisa evolutiva.
Y tal vez por esta razón es que actualmente sufrimos una especie de amnesia ante las grandes lecciones de la natura, aquellas que emulaban grandes personajes como Paracelso, Novalis, Goethe o los antiguos alquimistas. Y si recordamos que nuestro concepto de magia emerge a partir de una interacción armónica con las leyes naturales, catalizada a través de una intensión proyectada con precisión, resulta fácil concebir la desbordante sabiduría frente a la cual nos hemos, culturalmente, auto-marginado.
Pero más allá de cuestionar o de entregarnos efusivamente a los experimentos del buen Backster, aclarando que en lo personal me parecen estimulantes y que inclusive, tras conocerlos, me es difícil interactuar con las plantas de la misma manera en que lo hacía antes, consideró que su valor fundamental es, precisamente la de servir como un recordatorio ineludible: debemos rediseñar, o mejor dicho recordar el diseño que originalmente regía nuestra interacción con esas fuerzas. Tengamos pues presente la enseñanza de Dogen Zenji, el impecable maestro Zen del siglo XIII: “Aquellos que trabajan con plantas y con árboles, si lo hacen con sinceridad, alcanzarán la iluminación”.
Otro experimento interesante que realizó Backster, fue juntar a seis personas y elegir a una en secreto, para que arrancara y pisoteara una planta sin que nadie lo viera. La persona elegida entró en una habitación con dos plantas, una la arrancó y la otra la dejó a modo de "testigo". Backster conectó el revelador a la planta "testigo" y fue haciendo pasar por delante de ella a las seis personas que formaban parte en el experimento. El medidor, reaccionaba con cambios rápidos y violentos en la aguja, cuándo el "asesino" se acercaba a la planta "testigo".